Poema de amor y muerte II

Su mirada fijada en mi  me helaba el corazón

y señalaba la hora, mirándome fíjamente.

Selene se llamaba

me atormentaba su belleza

estaba condenado por su misterio

Nunca quiso liberarme de su tormento

Nunca,

ni siquiera estando muerto.

Me miraba y me sonreía.

Me acariciaba y se reía.

Me condenó a la muerte eterna,

a su eternidad, su infinita y oscura eternidad.

Sus pálidas manos me rozaban lentamente

mi putrefacta mejilla,

mientras tarareaba una nana

y me dejaba dormir,

sin descanso.

Y se reía.